Fotografía: Archivo Educa Oaxaca
¿Por qué el 25 de noviembre?
El 25 de noviembre de 1960 en República Dominicana fueron encontrados los cuerpos de tres hermanas que luchaban contra las injusticias cometidas durante la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo. Las hermanas se llamaban María Teresa, Patria y Minerva, conocidas como “las hermanas Mirabal”. Ellas se convirtieron en un símbolo de valentía y búsqueda de justicia en su país, y actualmente se les recuerda en el mundo entero.
Hablar hoy de violencia hacia las mujeres es un tema vigente. En todo el mundo se movilizan diversas organizaciones que buscan evidenciar la inequidad y las condiciones en las que viven millones de mujeres, niñas y jóvenes en el mundo. De acuerdo con la ONU, una de cada tres mujeres ha vivido violencia física o sexual, lo cual significa que nos falta mucho camino por recorrer para lograr tener justicia y relaciones de equidad.
En los procesos de transformación social desde las izquierdas, las mujeres han sido fuente inspiradora y transformadora gracias a las transiciones y apuestas feministas. La mirada de las mujeres en los procesos de izquierda, ha aportado para cuestionar el mundo, la historia y el sistema político y económico que han sumido en la desigualdad a los pueblos y comunidades en todo el planeta. En este sentido, el aporte de los feminismos ha sido trascendental, para transformar las estructuras capitalistas y patriarcales.
¿Cuáles son las formas de violencia a las que se enfrentan las mujeres defensoras de la tierra y el territorio?
En nuestros días vivimos la profundización del neoliberalismo, lo cual impacta de formas devastadoras la vida de los pueblos y específicamente de las mujeres, Ana María García Arreola, de la organización civil Educa Oaxaca en el área de derechos territoriales, cuyo objetivo es la promoción y defensa del derecho colectivo al territorio, nos comparte cómo las mujeres viven actualmente la violencia de género en las labores por la defensa de la tierra y el territorio.
“Una actuación importante la tienen los espacios comunitarios en la visibilización del trabajo de las mujeres en la defensa de los ríos, los manantiales, las fuentes de agua, contra la minería como espacios vinculados a la siembra y al consumo en el campo. En este sentido muchas de las mujeres que se encuentran organizadas se ven invisibilizadas en sus derechos humanos, en lugares donde todavía por las normas internas de sus comunidades no se reconocen las tomas de decisiones en las asambleas o también porque históricamente ha habido una negación de las mujeres al derecho a la tierra. Esto ha sido una ausencia histórica en las leyes agrarias y en los procesos jurídicos que dotaron de tierra a las comunidades y a los ejidos. También podemos hablar de cambios culturales, como la migración o los procesos escolares que comienzan a reconocer a las mujeres en el trabajo, pero no en la tenencia de la tierra o en la toma de desiciones, aquí hablamos de violencia patrimonial.
Otro tipo de violencia es el rumor o el chisme, que dañan los procesos de participación de las mujeres, pues no pueden salir de casa y que (en teoría) su obligación es quedarse a trabajar con la familia y no en otros lugares que no sean su hogar . Este tipo de violencia inhibe a muchas mujeres, por “el qué dirán” lo que afecta la autoestima de las mujeres porque no les permite contar sus propias historias y después se traduce en que empresas o instituciones gubernamentales usen este discurso para descalificar el hecho de que una mujer sepa defender su tierra y territorio y a su vez pretenden limitar a que las mujeres se queden en casa. Estas dos formas son prácticas sistemáticas que están influyendo en el rompimientos de los procesos organizativos.
Los aportes de las mujeres en los procesos organizativos:
Otro aporte de las compañeras es la mirada cultural desde una relación espiritual con la tierra. En las comunidades las mujeres están recuperando ceremonias y sitios sagrados que requieren energía y mucha entereza para sus luchas. Y finalmente, las mujeres son factor de unidad entre hombres y mujeres, adultos, jóvenes y niños.
El nivel de participación es grande, sin embargo el nivel de reconocimiento de pertenencia y uso de la tierra sigue siendo limitado, lo que no permite el acceso al registro. En la práctica de la comunidad, muchos hombres migran, el acceso de participación de las mujeres es de 50 o 60 por ciento en los espacios de representación comunitaria y también esto ha permitido visibilizar que las mujeres tienen una mayor participación en la vida pública.
Dentro de los proyectos que Educa gestiona, está el trabajo en redes a nivel local y municipal, como redes mesoamericanas en las que participan compañeras de las comunidades, lo que les da esperanza y les permite estar acompañadas para contar con respaldo público a su labor y a la labor de los compañeros. También creo que en la práctica cotidiana vemos cambios de mediano y largo plazo, que nos han llevado casí una década para llegar donde ahora estamos”.
* Clara G. Meyra Segura, Comunicación-RLS